Lucio Anneo Séneca en una de sus cartas dice: “No quiso vivir quien no quiere morir. Porque se nos da la vida con la condición de la muerte y a ella nos lleva”. La comprensión de la muerte se basa en una comprensión general de la existencia humana y esta está marcada por la comprensión de nuestra finitud...
...Iba en el coche de línea, Alsa, en la ruta de Almuñécar-Motril. Iba a Motril a cosa de médicos y a encontrarme con un compañero del Seminario casi 60 años después. El conductor, muy amable y dicharachero, tenía palabras puntuales para todos los viajeros que subían, incluso decía buenos días a los olvidadizos y aquellos, en lamentable aumento, renuentes a soltar tan fácil y natural saludo. Llegando a Motril, parece que el buen hombre se equivocó y pasó de largo en la rotonda donde tenía que haber salido para subir primero al hospital y después pasar por las Explanadas. El hombre se disculpó, giró de nuevo, deshizo el leve entuerto, soltó a los viajeros, servidor entre ellos, y mientras bajábamos una señora delante de mí le tocó decir la consabida y popular sentencia -siempre hay alguien dispuesto a soltarla- esa de...todo tiene solución menos la muerte, que esa si que no...Una voz discrepante, que no trascendió pese a no ser intrascendente, completó con un justo la muerte es, o puede ser, la solución para todo. O casi. Es la misma voz que suelo oír en las crónicas de accidentes, catástrofes, etc. cuando dicen que fulano o mengano salvó la vida... es la misma voz que se manifiesta diciendo que, sencillamente, dichos fulanos no hicieron sino aplazar su muerte, al estilo del condenado a muerte que le conceden la gracia de un tiempo más de vida. Por más humano, o biológico, o natural, que sea el querer vivir, el argumento que esa voz expresa dista de ser disparatado aunque diste, y tanto, de encajar en el cada día de nuestro natural y bienamado vivir. Desde que sabemos que vamos a morir es un poco (la cantidad la pone cada uno) como si ya hubiéramos muerto...
Casualmente (¿?), la noche anterior, en las sigilosas calladas horas de madrugada, esas en que, según he leído, estadísticas, la muerte suele hacer sus mayores acopios, lucidas batidas, llevándose buen número de mortales que vivían, descansaban en su cama, plácidamente o minados por una enfermedad de la propia vida, cosa, dicen, de los ritmos circadianos, de la nocturnidad, no me atrevo a agregar lo de la alevosía... estaba leyendo, decía, un tanto insólitamente, la verdad, un libraco, la palabra le pega, por anchura y robustez, por antiguo y por autor, que me traje del puesto de lectura libre a la entrada de la biblioteca de Almuñécar, que a saber quién lo dejaría allí, tal vez para aliviar un espacio en su casa, y yo me lo traje a este mi cubil donde ya casi no se cabe ni de patas, que decía mi madre...a saber quién dejaría allí el libro de don José María Pemán (me dio pena que por pura inquina quitaran su placa recuerdo en aquella calle de Cádiz). Lo ojeé y lo "terrible", no sé a qué me extraño, ni que fuera la primera vez, es que de las más de ochocientas páginas que lo arman fuera y lo abriera por el capitulillo, apenas dos páginas, titulado "El Séneca y la muerte"...(no me acuerdo cuándo, tal vez desde un hipotético siempre, soy consciente de que no es un acto baladí, sino determinante en esto del contacto de amor con un libro, el momento cuando lo abres, por dónde lo abres, en una especie de tuntún existencial que queda por encima de mí y que estoy seguro conlleva un mensaje críptico que me sobrevuela...
Lo recuerdo cuando era jovencillo en aquel televisor que compró mi padre, una tele sin marca, eran aparatos asombrosos, verdaderos ingeniosos artefactos, un laberinto de lámparas, piezas, cables... que montaba el operador, así se le llamaba al hombre, seguro que de Granada, que iba a proyectar las películas en uno de los dos cines que entonces había en La Zubia. Aquellos años, instructivos viendo el devenir, años de blanco y negro, había una, digamos, serie, que se emitió en varias temporadas en la década de los 60, cuyos capítulos empezaban con la presentación del autor, el propio Pemán, un señor adusto y aburrido a mis ojos de entonces, ya viejo aunque era más joven que quien esto suscribe ahora, y acto seguido la, también digamos, representación, en la que el llamado Séneca (el actor Antonio Martelo, fallecido en 1970) junto con sus colegas, el alcalde, el cura y el maestro, conversaban, filosofaban, sobre cuestiones cotidianas, trascendentales y/o triviales, dando valor a la sabiduría popular, puesta en boca (me ayudo de lo que leo en la wikipedia) de un personaje sin formación cultural pero dotado con todo el sentido común, como tanta gente hubo y poca va quedando... La serie llegó a ser popular, cierto que no había competencia de cadenas ni canales, y se hablaba del Séneca como alguien de la familia, que gracia y gracejo no le faltaban.
...Inconmensurable el carro de memoria que llevamos con nosotros vayamos donde vayamos, verdaderos convoyes, la bodega de un carguero transatlántico en permanente interacción es o puede ser nuestra memoria...Me acuerdo de él, lo que me convoca la palabra Séneca, siempre que voy a Córdoba; forma parte de mi paseo ritual saludar a la estatua de Séneca, Lucio Anneo, que se levanta junto a la muralla no lejos del Alcázar de los Reyes Cristianos, como dando paso a la puerta de Almodóvar...
...aumentada la última vez con esta otra, obra de Mateo Inurria, que se exhibe en el museo de Bellas Artes, un Séneca ya menos togado y mas dispuesto a aceptar, estoicamente, claro, el destino que le venía dispuesto, sentenciado, por Nerón, del que fue tutor y consejero...
...entre los libros que componen mi ya no tan pequeña biblioteca en este lugar mirando al mar se encuentra este que, si mal no recuerdo, adquirí en una librería de Santa Cruz de Tenerife en aquel 1980 que, afortunadamente, llegué a las islas...por pequeño, manejable y profundo, una más que excelente relación peso/vastedad, ha ocupado espacio en más de una de mis livianas mochilas, abriéndolo al azar en un descanso, en un recodo del camino, a la mesa de un café o tomando un té junto a un arroyo, a la noche antes de cerrar los ojos...Obviamente está lleno de anotaciones, de esquinas dobladas, de papelillos (vgr el billete de barco del puerto del Pireo a la isla de Donousa)...Entresaco y copio al azar alguno de estos subrayados...
...para aprender a vivir hace falta toda la vida; y, lo que te sorprenderá más, durante toda la vida hay que aprender a morir...
...la vida es bastante larga para quien sabe emplearla...
...el porvenir entero descansa sobre lo incierto...
... ¿qué puede faltar, en efecto, a aquel que se ha situado más allá de cualquier deseo?...
...echa una ojeada a la humanidad; en todas partes verás abundantes e inagotables motivos de aflicción...
Tras el médico y el buen café de encuentro con el compañero Jorge, él mismo me dejó a la puerta del lugar donde tenía previsto visitar una exposición gráfica sobre ese tema tan tabú como en ascenso: el suicidio, harto relacionado con la muerte... pero en un formato que no entra en esta página... tal vez en otra, abriéndola, tal vez, con el honorable suicidio al que el propio Séneca se sometió.
Regreso de Motril y me viene a la memoria (todo viene al hilo de la señora que dijo aquello de la muerte en el autobús, quién lo diría...), me voy acordando de la recta final del pasado tiempo en Grecia, tan reciente y tan lejano ya, del par de días en Vergina, lugar arqueológico, famoso por encontrarse el túmulo que alberga las tumbas reales, destacando la de Filipo ll, el poderoso padre del gran Alejandro Magno. Ciertamente es un lugar remarcable, a visitar junto al gran museo recientemente abierto, todo patrimonio Unesco. Leí que la riqueza, la suntuosidad de los objetos hallados, la sitúan a la altura de la del Tutankamón egipcio y el señor de Sipán peruano.
...Pero cito Vergina por el curioso remate "de muerte" que tuvo. Era domingo, no había autobús a Veriá, de donde saldría mi autobús de regreso a Tesalónica. La muy amable chica de la pensión Vergina (me explicó que su nombre es muy extraño en griego, Thumai, equivalente a nuestro Tomasa) avisó a un taxi... en unos minutos allí estaba el buen hombre, el taxista Neftarios. El poco inglés que compartimos con el poco griego que me alcanza fue sobrado para entendernos en aquel cuarto de hora de viaje. En una de las esquinas del parabrisas llevaba pegada con cinta adhesiva una foto del santo Neftarios cuya tumba, me comunicó, está en la isla de Egina. La conversación, una vez declarada mi carta de presentación (ser de España, maestro de escuela y poco más), derivó, digamos que la conduje, al Agion Oros, al Monte Athos, tema que no falla. Al decirle que venía de allí miró atrás, donde estaba, noté que me miraba con otros ojos, y me dijo que entonces yo estaba bendecido (ευλογημένος evlogiménos), me contó que él también había estado varias veces y que era el lugar donde le gustaría morir. Vaya por Dios...no me costó nada confesarle que ese mismo pensamiento tiempo ha que yo también lo había tenido y que incluso lo había comunicado al amigo Pavel con el que compartí los buenos días del Athos. Total, dado que hay que morir, el sitio está más que bien. Por suerte llegamos a Veriá antes de empezar a dar forma a un plan de ir juntos a Athos: mi autobús estaba para salir, le di los 20 euros pactados y nos despedimos con un connivente apretón de manos...Dejo aquí un par de imágenes de reposaderos del monte Athos, donde cada monasterio, Skete o incluso algún eremitorio, tiene los cuatro palmos de tierra que un cuerpo necesita...tumbas solemnes en su sencillez, silentes y elocuentes...un buen lugar, uno más, para encontrarnos con ella, reconociendo que la teníamos puesta...
...cada día, qué digo cada día, ¡cada momento!, está relleno de muerte, de pequeñas muertes que se van solapando sin caer en su cuenta: va muriendo el día a cada rato, se nos van muriendo, sin duelo, legión de células en nuestra anatomía, se apura el vaso que nos servimos y el plato que un rato antes nos aguardaba a la mesa, acaba una semana y acaba el fin de semana, mueren al día una media de 200.000 personas, a saber la de otros animales...todo muriendo y todo renovándose, hasta casi no saber dónde empieza qué...necesitaríamos mucha vida para cumplir parte de nuestros deseos, v.gr., culturales, pero igual nos damos cuenta que necesitamos un descanso, la tanta vida cansa, y ese puede ser un regalo de la muerte, la hermana muerte corporal de la que ningún ser vivo puede escapar, que también decía el santo de Asís en el cántico de las criaturas citado en la página anterior...
EFECTO SÉNECA
“Esset aliquod inbecillitatis nostrae solacium rerumque nostrarum si tam tarde perirent cuncta quam fiunt: nunc incrementa lente exeunt, festinatur in damnum (Epístola XCI a Lucilio)"... sería algún consuelo para nuestra debilidad y la de nuestras obras si todas las cosas perecieran con la misma lentitud que se formaron; pero, tal como es en la realidad, los incrementos son de lento crecimiento y la ruina es rápida..."
...se utiliza la expresión "efecto Séneca" o "acantilado Séneca" para expresar que el declive de las civilizaciones es más rápido que su ascenso. Pienso, sin ir más lejos, en el imperio del gran macedonio Alejandro citado más arriba. Y el ser humano es, a reducida escala, una civilización, un compendio de la historia: cuesta toda una vida levantar la vida y en qué poco se derrumba...la obra de Séneca, la de todos los estoicos, (me) ayudan a aceptar conscientemente, por encima de resignadamente, (mi) el acabamiento...