...NO DUERMO POR NO SOÑAR...decía don Antonio Machado en uno de sus versos. Como no se puede saber a ciencia cierta qué querría decir (tampoco la poesía tiene que tener un "sentido" que la sustente), como el gran poeta que era, como el gran humano que también, dejó la puerta abierta a la interpretación de cada cual, y aquí hago mi particular uso de este verso con el que cierra la estrofa, esta:
Azotan el limonar
las ráfagas de febrero.
No duermo por no soñar.
Consta que la escribió en villa Amparo, en aquel pueblo de Rocafort, Valencia, una de sus etapas camino del definitivo exilio. No cabe duda que en esos versos, como en los demás allí escritos, don Antonio barruntaba el fin, y que había que seguir Mediterráneo arriba hasta llegar a su omega en Collioure.
No va por estos derroteros machadianos esta página que así empiezo. Me centro en el vivir y el soñar, en las realidades de la vida que una vez pasadas devienen sueños al ser recordadas, y que fueron motivos para vivir y son acicates para no dejar de hacerlo...
...Era una mañana de diciembre cuando llego a Valencia (Valencia de finas torres y suaves noches...si digo Valencia siempre me acompaña esta retahíla machadiana, también escrita en Rocafort) proveniente de Catadau donde he visitado a mi amiga Trini...voy a la cita de un blablacar que me llevará a Campello, Alicante, donde me aguarda mi amigo, antiguo compañero de latines, el padre Víctor. Voy con tiempo sobrado así que me paro a echar un café y posteriormente sentarme en más de una banco para mirar con mirada de transeúnte, ciertamente sin esfuerzo, el pasar de la gente, centrando mi cámara interior en algunas personas, fantaseando con el de dónde vienen, dónde irán, quiénes serán, qué vida llevarán, todas tan iguales y ninguna igual. En ello estoy cuando pasa un hombre mayor, mayor que yo, quiero decir, se acerca, me muestra una manzana como preguntando ¿la quieres? y sin mediar más diálogo me la coloca en la mano apenas extendida. Y, seguido de mi mirada, el hombre sigue su camino hasta el paso de peatones en que se vuelve y me dice adiós con la mano...Parece que todo se confabula para recordarme que estoy en viaje, que vuelvo al vagón apenas abandonado...porque un rato después en la avenida Vía de la Plata, donde tengo la cita con el blablacar, me siento en otro banco a esperar y al poco pasa una joven asiática, lo que comúnmente decimos una chinita, y tras un pequeño titubeo se acerca y me ofrece un botellín de agua que no dudo en aceptar. Cuando a cabo del rato pasa de nuevo en sentido contrario me saluda con una sonriente mirada...será, digo yo, la hermandad sin normas, sin estatutos, sin sede, que se desarrolla en la calle, en las calles de cualquier lugar del mundo...doy fe de ello...y al rato llega Julia, mi conductora, y ya partimos...
En esos ratos me vienen a la memoria, con más concierto que orden, recuerdos de mi vida viajera en su apartado mendicante de los que tantos tengo y que siendo de muy diferente calibre todos se unen en lo sublime. Escribiría, o contaría, y no acabaría. Voy a airear algunos al amparo de estos momentos valencianos que he relatado...
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Aquella noche, ya de madrugada, llegué a la plaza de Saint-Malo donde me desembarcó el autobús. Venía de París, estaba en pleno viaje literario repartido entre Proust y Chateaubriend, aquel por haber culminado la lectura de sus tomos sobre el tiempo perdido y este por sus Memorias de ultratumba. Fue esta lectura la que me llevó hasta este lugar de la costa de Bretaña. Llegué, como digo, de madrugada y, estando tan al norte y días de casi verano, para lo que quedaba de noche me dispuse a esperar el día sentado, retrepado, en la marquesina donde me dejó el autobús, me eché por encima algo de abrigo y me dispuse a sestear con la mochila entre las piernas. La tenue luz de las farolas apenas iluminaba lo justo el rincón en el que me encontraba. De tarde en tarde llegaba algún que otro autobús. En esa duermevela estaba cuando mis ojos entornados vieron la llegada de un autobús y poco después una sombra que se acercaba...no estaba seguro si a mí...aquello fue un visto y no visto: la sombra llegó, me cogió la mano y me puso en ella algo y se fue más raudo que rápido había llegado: había dejado en mi pecadora mano un billete de diez euros...Por la mañana me asomé a la inmensa playa de Saint-Malo, en ese momento en marea baja, y allí al lado estaba la cruz de Chateaubriend que daba inicio a mi viaje por aquella Bretaña y su vecina Normandía...
(a falta de tener a mano mis propios archivos tomo prestada esta imagen de la red...)
Demos un salto al aeropuerto de Bali, uno de esos animados y suntuosos aeropuertos que suelen abundar en el sudeste asiático. He llegado como es mi costumbre con varias horas de antelación. Aquí me siento y leo, allí me siento y sesteo, mas allá me siento y miro o no hago nada, actividad de las más difíciles de realizar. Transeúnte curioso, doy un paseo por las tiendas de perfumes caros, por las librerías siempre esperando encontrar un autor español que raramente asoma... y restaurantes de ciertos países. Así llego a un japonés, que tanto me gustan aunque solo voy de tarde en tarde allí en Madrid en buena compañía. Es el restaurante sobre estas líneas. En él solo están comiendo una pareja a la entrada y otra allá al fondo. Entro y miro con detalle tanto la carta como los carteles donde se unen ingredientes y foto del plato. Doy la vuelta por la pasarela desde donde se miran los platos antes de pedirlos e incluso entro por el mostrador donde ya se acercan los clientes decididos y desde donde observo mejor los nombres de los platos, algunos que conozco y la mayoría desconocidos...suelo consultarlo con Javier, sobrino político que entiende mucho de ello y que de vez en cuando suele regalarme la gulilla...satisfecha mi curiosidad, salgo y voy a seguir mi paseo cuando noto que alguien me toca suavemente en un brazo...es el hombre de la pareja que está sentada a la entrada. En mi ajustado inglés entiendo que me dice que su hermana y él tienen el gusto de invitarme a comer... no solo no tengo tiempo de rehusar la invitación, es que ni se me ocurre. Tienen el detalle de invitarme y yo tengo que hacer aprecio, que es la otra mitad de la hospitalidad. Es evidente: me han visto merodear por los platos expuestos, he dado dos vueltas, han pensado que quiero, que no me importaría comer, pero no me alcanza el dinero etc etc... me dejo llevar al mostrador donde me dice que elija el plato que quiera y que además va acompañado de una sopa de algas y de un vaso de refresco del que puedo repetir. Llama al camarero, le paga y él vuelve a seguir comiendo con su hermana. El acontecimiento no ha durado más de minuto y medio...y ahí está toda la vida. Cuando llego a mi mesa, a unos metros de la suya, me miran, les saludo con mis manos juntas y una inclinación de cabeza y ciertamente entonado de emoción me pongo a comer. Al rato ellos acaban, me saludan de lejos y se van. Por sus maneras, complexión, altura, son japoneses o coreanos, diría yo...Por ahí, a saber, apunté el nombre del plato: un cuenco conteniendo un generoso lecho de arroz cubierto de tiras de carne asadas y envueltas en una salsa...todo más que rico...aquella fue una de las comidas más sentidas de mi vida...
...Este chucho, pariente no lejano de mi querida Sally, me saludó a su manera por aquellas montañas de Filipinas donde pasé unos días. Se puso tras de mí y en un santiamén ya me había clavado sus dientes en un talón...su dueño, que no sabía qué decirme, me enseñó la cartilla de vacunación con sus sellos todos en regla, supongo. Al lado había una patrulla de limpieza forestal; una de las muchachas que trabajaba me trajo una papaya verde, la cortó y con su jugo me repasó la herida, a modo de desinfectante. Al llegar al hospedaje mi patrona me dijo que había que ir al hospital para prevenir probables riesgos de rabia...imposible oponerme. Mandó venir a un pariente suyo y me llevó al hospital Luis Hora, recuerdo el nombre, a dos horas entre ir y regresar, por carreteras de vértigo y con una lluvia incansable. Gratis el hospital y casi gratis el largo viaje. Días más tarde, en Manila, una chica que conocí esos días se encargó de buscarme y enviarme ubicación de un hospital donde tenían vacunas. La tercera dosis fue en Ubud, uno de los centros turísticos de Bali. La señora de mi hospedaje localizó dónde había susodichas vacunas y me llevó en su moto (todo un reto para mi cadera derecha) al hospital...la última dosis fue en la ciudad de Surabaya, en la isla de Java. Le pregunté a la recepcionista, de nombre Richa, a qué hospital podía ir. Me dijo que terminaba su turno a las 3 y que ella misma se ofreció a acompañarme...y así fue, fuimos al hospital, no muy lejos del hotel, me gestionó la entrada, el papeleo...y así fue, como digo, como si todo tuviera que ser así de sencillo, de humano...Esta es Richa, con la que, como es natural, mantengo esporádico contacto...
...Es a mediados de agosto en el verano de 1991, ese año que pasé completo, y más, viajando, rodando, con Pandora, aquella que fue para mí toda una caja de agradables sorpresas rodantes. Iba por Finlandia, mapa abajo tras haber culminado el viaje en el Cabo Norte. No recuerdo la ciudad y ya hace tiempo que entregué al fuego, entre tantas cosas, la agenda de aquellas tantas direcciones. Es igual. El caso es que rondando la medianoche, aún de día, me dispuse a pasar la noche en una generosa marquesina algo apartada donde ya había instalado mi escueto atrezo de dormir, es decir, saco y esterilla...ya me disponía cuando se detuvo un coche, tipo ranchera... prometo que no solo no tenía ni pizca de temor sino que incluso una corazonada me adelantó lo que realmente aconteció: una pareja se acerca y me instan con todo cariño a que recoja el campamento y en un periquete en la marquesina no quedó ni rastro de mi paso, todo, bici incluida, al coche y directos a su casa...Me dijeron donde tenía comida en la cocina, me indicaron el cuarto de baño, me dijeron cuál era mi habitación (una cama, cielo santo, una cama, tuve que pensar, después de tantos suelos mondos como ya acumulaba, entonces mi anatomía no tenía suelo que se le resistiera...hoy casi tampoco...) y ellos se fueron a dormir, no sin decirme antes que al día siguiente se irían a trabajar temprano, que yo podía irme cuando quisiera, que no tenía más que cerrar la puerta y ya está. Unos días antes, en la Laponia, compré un par de calcetines de aquel estilo, a saber a quién se lo pensaría regalar...Allí los dejé para Anne...Anne y Seppo Vaarala, eran los nombres de aquella hospitalaria pareja...y esta la foto que les hice antes que se fueran por la mañana.
Esta foto, ay el tiempo, tan bonicos y entrañables ambos, se la envié, por supuesto, en mi regreso a La Zubia.
En el inicio del pasado viaje de invierno, al arrimo de ir a Finlandia, reviví esta historia y rastreé en la red hasta donde pude, y posteriormente con la impagable ayuda de Alicia, que hizo prácticamente todo el trabajo...Seppo, hasta donde llegué, vive, es, era jardinero, encontré un correo a su nombre, le escribí pero me fue devuelto. Y Anne trabajaba como doctora en un hospital, murió creo que en 2016. Mi amiga Alicia aun no ha cerrado a investigación...juraría que son ellos...
Son historias de mis viajes, de mi vida, a veces rayanas en el historieta, en la anécdota, siempre en la aventura, en la vivencia...me confirman lo contrario de lo que siempre pienso de mí: que no soy invisible, que no solo soy yo el que mira y tanto a los demás, que, mira por donde, también alguien ha reparado en mí. Mientras termino esta página, apenas una sucinta representación de mi particular "confieso que he vivido", me viene a la mente aquel verso de la canción de José Antonio Labordeta ...esa gran utopía que es la fraternidad...(de su canción Somos)...quizá a mí, sin pretenderlo, obviamente sin buscarlo, parece que me hubiera tocado la utopía posible, una superación del evangélico "pedid y se os dará"...tal vez todo consista en dejarse llevar, ponerse a tiro, sin temor ni esperanza...yo qué sé...son historias para recordar, para tener presentes...tomarlas como oasis en esas madrugadas que me despierto y me siento en un desierto inhóspito, o cuando me duela esto o aquello, o no pueda hacer lo que siempre hice, descansos balsámicos en mis calvarios interiores, o cuando se acerque la hora del tránsito...y mientras llegue lo que tenga que llegar, son motivos para seguir viviendo...
Epílogo: ¿viví el sueño o soñé la realidad? soñé que ellos, todos, cada uno en su tiempo y lugar, me llevaban de la mano como soñaba don Antonio Machado que lo hacía su Leonor perdida...no tendré que buscar las próximas historietas, vendrán a comer de mi mano como esos perros callejeros que vienen a mi encuentro en cualquier recodo del camino, solo tengo que dejarme llevar, con confianza, sin esperarlo, y cuando me quiera dar cuenta resulta que ya estaré viviendo la historia que creía soñar...