...Si tuviera una casa al uso, una casa como se suele tener a esta edad y condición, casa propia, esa donde al fin encuentran reposo y acomodo, puerto de atraque final, todos los bártulos que han ido rodando de casa en casa de maestro, los que no se quedaron por el camino, una variopinta mezcolanza de libros, libretas, piedras, telas, regalos, fotos, recuerdos mil... componiendo todo una especie de baratillo, un como depósito de buhonero, un a modo de rastro en su composición pero de alto valor sentimental...si tuviera ese lugar, decía, no cabe duda que este cuadro representando el par de botas que abre la página ocuparía un sitio de honor en una pared, tal vez en un rincón, tipo altar, acompañado de objetos relativos a la errancia: alguna piedra, algún fósil, ramas secas, un bastón, una mochila ya en desuso, alguna bota vieja, unas fotos, algún mural... Es un cuadro de mi amiga Carmen; ella decía que estaba sin terminar, que estaba poco más que esbozado, que esto o lo otro...pero tal vez yo vi lo que solo un botero gastador puede ver... y se vino conmigo, feliz ella de ver que alguien le había hecho tan sincero aprecio.
El cuadrito, óleo sobre cartón, de tamaño equivalente a dos folios, poco más, forma parte de mi particular pinacoteca, limitada en ejemplares, cierto, pero no en calidad ni firmas (Timuyin, Kitabo, Paula, la propia Carmen, otra Carmen, mi amiga Trini, Juan Serrano...) Son mayormente paisajes: los colores de un barranco en la Gomera, el pico Urriellu, una Venecia ideal, varias marinas, el paisaje tensino de Búbal, el colorido patio de una casa abandonada, una vista de Hornos de Segura, una tópica/típica vista de Santorini...sin faltar un más que buen retrato; una pinacoteca que está, como el resto del bagaje, esperando ese hipotético día del juicio, como suelo decir, o sabe Dios, que la vida a saber qué nos tiene o les tiene reservado, y diciendo esto no cabe fallo posible...pretencioso yo, valorando como siento estas pinturas de amigos, se me ocurre acordarme de los centenares de cuadros que dicen duermen en los depósitos del Prado, como tantos otros museos, no habiendo paredes para tanto arte...pero la página no va de arte, ni de habitáculos: va de botas, esos vestidos de mis sufridos, resistentes, pies, esos elementos intermediarios entre la tierra que piso y la tierra, aún erguida, que soy, que me gustaría ser y seguir mientras respire...
Entre los lectores de esta página, no excesivos pero sin duda selectos por ser quienes son, habrá habido más de uno que las botas de arriba les habrá traído a la memoria aquellas otras, estas sí, famosas, del genio Van Gogh, cuya postal sí ocupa un espacio en mi cotidianidad en Almuñécar, en compañía de otra, este híbrido de botapié que lleva el desconcertante título Le modéle rouge, El modelo rojo, y que forma parte de los cuadros que disfruté de este para mí genial artista, René Magritte, tanto en su museo de Bruselas como en el MoMa de Nueva York...Puro realismo mágico esta imagen...
...y mágica, milagrosa, realidad, haber gastado y tanto estas botas que compré el 16 de febrero de 2021:
Cierto que me han durado, me siguen durando, porque aún las llevo, más de la media, debido a que el año que ha pasado, sobrepasando ampliamente los mil kilómetros cuasi reglamentarios, ha sido "discreto" por motivos de infraestructura corporal... El otro día, ya con el año apagándose, fui a comprar otro par de botas. Giré para ello visita al lugar que desde hace años, normalmente una vez por año, me abastece, mi proveedor habitual queda fino decir: la popular tienda, sita en el barrio granadino del Zaidín, de Los Guerrilleros, en mi caso que ni pintado nombre, ya que con ellas salgo dispuesto a dar la batalla en lo que de vida haya y vaya quedando. El dependiente mira las que llevo, imaginando lo que pensará viendo el tanto desgaste a que las he sometido, le pido un 45, las trae, las saca de la caja, no necesito probármelas, las pone en una bolsa y, andando, hasta otro año si Dios quiere, si la vida me deja; casi salgo rejuvenecido, contento como viejo con botas nuevas, y cavilando, sin dar mucho pábulo al pensamiento, a ver dónde me llevará el nuevo par, manteniendo a raya el pequeño gran vértigo, que se agranda cada vez, que me supone el pensamiento, ahora lo confieso sin gravedad, de si las gastaré del todo...un acto de fe, una humilde osadía, un callada temeridad ya cada vez que salgo con un nuevo par de botas, convirtiendo algo solo en apariencia prosaico en todo un tema filosófico...cuando estoy llegando de regreso a Almuñécar viene a asaltarme un nuevo pensamiento: cuánto pesa una bota nueva y cuánto una vieja... la diferencia, su desgaste, puede ser el equivalente a la energía anímica que se quedó por ahí prendida en porciones ínfimas pero juntas significativas, en las superficies de todo tipo que pisaron, tal vez debe ser el alma que se ha quedado por ahí, o que ha pasado a la mía...(21 gramos es lo que dicen que pesa el alma, la diferencia de peso entre una persona un momento antes de morir y un momento después de expirar, así se comentaba en aquella película, 21 gramos, de González Iñárritu...)
...sea como sea, siempre me parecen muy grandes la nuevas botas, me imagino que me han dado otro modelo, pero no...son las mismas Notton de hace años, que voy comprando desde que costaban poco más de 20 € a los 43 que pagué por estas últimas...una ganga de todas formas...y más teniendo en cuenta que es mi único calzado. Desde que dejé de correr solo tengo botas (bueno, unas zapatillas de pañete para andar por casa en invierno, descalzo con buen tiempo) y sólo tengo un par, no como antes que tenía varias en diversos estados para por si tenía que ir más presentable...nada, ya solo uno con el que voy de viaje, a todos los caminos, a la montaña, a una boda si es preciso, a una fiesta si es necesario...aunque mis compromisos sociales son mínimos, y ya conocéis mi torpe aliño indumentario, que decía don Antonio Machado...
...Ya estoy pensando con qué marcha las voy a despedir de manera oficial...y barajando los lugares dónde las dejaré...Sí, el airoso mausoleo, el natural panteón donde al fin descansarán de mí sin descansar por ello de la maravilla del mundo por el que me llevaron...
Entro con ello en una personal confidencia de la que están al tanto no más de un par de amigos...qué hago cuando unas botas ya dieron de sí todo lo que tenían previsto, muy por encima incluso de lo que el fabricante propuso, que aquí la obsolescencia no existe... si recauchutaran botas como hasta hace poco se hacía con las ruedas de los coches lo tendría claro...hace años, cuando no era sensible como ahora, iban a la basura y listo...la primera vez que vi que eso no podía ser fue al regreso de mi primer gran viaje en bicicleta, aquellos nueve meses en torno al Mediterráneo. En Guadix, con mi amigo Alfonso, que en paz descanse, en marzo de 1989 y junto al arco de San Torcuato, en una zapatería que hace años ya no está, compré las chirucas con las que hice el viaje. A la vuelta, harto machacadas, le pedí a mi madre que hiciera con ellas algo bonito, y ello fue que las llenó de tierra y plantó unos geranios...parece que estoy viendo las botas/maceta junto a la higuera, tan panchas...años después, de maestro en El Hierro, lancé al mar un par de ellas junto con otro de albarcas aprovechando un viaje a Tenerife (el mar tiene motivos mucho mayores para enfadarse...)
...y tienen en el cielo las raíces, en un anhelo de sembrarse en él, que diría Juan Ramón en su Platero...
Ya fue a partir de este siglo, con la incorporación a la escuela, en La Gomera, tal vez con una personal y peculiar mayoría de edad, cuando tomé conciencia del valor sentimental de las botas que dejaba, de la fuerte carga de la que eran portadoras, y ritualicé su abandono... ...en la espesura mayor del parque nacional Garajonay puse este par de botas que había comprado en un Carrefour por 14 euros...En varias ocasiones las visité hasta que la última vez ya nos las encontré, hundidas entre el humus y la hojarasca, fundiéndose con ellos...
...a los pies de este risco que mira a Taguluche, mirando el sol del noroeste gomero, cerca pero no a la vista del llamado camino de Las Vueltas, ahí se quedó este par, amarradito...
...envidia me suscita este lugar...situado en la cara vertiginosa bajo el solitario ejemplar de sabina de la Mérica, tiene asegurada la cotidiana puesta de sol y la vista de El Hierro y La Palma...un retiro de auténtico privilegio...
...en un pequeño hueco bajo una piedra, a un paso del precipicio, en el lugar llamado El Salado, donde tantas veces iba a ver la puesta de sol (estoy hablando de La Dama) con todo un acompañamiento de piedras originales y artículos de mi cotidianidad que se iban rompiendo...Estas botas formaron parte del regalo de fin de curso de los padres de Arure (en un principio aparecieron con un teléfono móvil, Amena, pero aún no había llegado mi hora, y me lo cambiaron por un ramillete de cosas que sí les hice aprecio, y mucho...)
...un apaño de botas en las montañas Azules de Australia...
...sin olvidar las botas que dejé en el bosquecillo de la residencia de las monjas filipenses en Manizales, Colombia, (la hermana Nati me regaló otras, rojas, con las que ya tiré el resto de meses por aquellas Américas con Pandora) ni de otros lugares que no han dejado memoria fotográfica, como por ejemplo en la cumbre de la Colaita, en Valencia, gentileza de Trini...y dejo para el final, representando a todas, este par que...
...se encuentra desde hace un par de años en un discreto hueco en la subida al pico de la Carne, en el monte de La Zubia, mi monte, mi referencia, y goza de la permanente vista del Trevenque (hace tanto que le debo una página...) y de Sierra Nevada...
...por supuesto las botas me llevarán hasta el final, que al fin y al cabo las huellas llevan todas a la muerte, que decía una canción de Los Sabandeños...no sé si me lo harán conforme a lo solicitado, que es que en mi velatorio, caso de llegar a haberlo, reposen sobre el pijama de madera las botas que llevaba puestas cuando transité y ese palo de avellano que me regaló Ramón en Hoz de Jaca en aquellos años 80, fiel compañero de tantos caminos...
Esta página ya estará circulando cuando en unos días dejaré las viejas y estrenaré las nuevas. Haré la marcha de Almuñécar a Salobreña por toda la costa, oquedades no faltan, allí será el cambio. De nuevo me viene el verso de Juan Ramón que, a buen seguro, me permitirá la licencia...y yo me iré, y se quedarán... mirando al mar soñando que estaba con ellas...