domingo, 11 de julio de 2021

...LA CASA ENCENDIDA...


...sabiendo que jamás me he equivocado
 sino en las cosas que yo más quería. 

Aparte de tener, todavía, la justa salud que milagrosamente se renueva paso a paso en cada paso, en cada latido, y se manifiesta pluralmente en cada cosa que veo, en cada sorbo de vino que gusto, en cada carta que escribo, en cada proyecto en que me embarco, en cada recuerdo que me alumbra...que todo ello conforma el permanente último regalo; aparte de este, decía, el último regalo de la andada tras dos meses de gratísima y cumplida, y compartida con todos, externidad, ha sido el desembarcar entre las cuatro paredes de este rincón de Almuñécar que, estando en soledad, convierto en mi hogar...Aquí retomo los oficios de la soledad, esa compañía a uno mismo: los tés, las comidas regladas, a veces incluso regaladas, saludables, la cama siempre disponible...y volver a los libros de tomo y lomo...todo aquello que estando en camino-camino apenas tengo tiempo de acordarme pero que retomo con alegría, con gusto y agradecimiento, cuando el camino y yo, siendo uno, teniendo que ser uno, nos damos una tregua. Ha sido, decía, el último regalo, y en él estoy y escribo estas letras...

Pero...hubo un penúltimo, un lucido y hace tiempo esperado por mí regalo, una hijuela más de las que surgieron en Mérida cuando decidí seguir camino rumbo norte por esos caminos jacobeos, como ya conté...

Despedido en Ponferrada por el buen y paciente amigo César, me subo al autobús que atraviesa Castilla, la otrora Castilla la Vieja,  y cinco horas después me deja en el intercambiador de Moncloa, en Madrid...Madrid, ese lugar de cervezas y terrazas envidia de todos los españoles según frívolas consideraciones actuales a las que opongo el machadiano rompeolas de todas las Españas ...Echo a andar calle Princesa abajo y apenas unas bocacalles a la derecha se abre la calle Altamirano, y como a su mitad el número 34...


Altamirano 34...ya ha llovido desde que llevo en la memoria esta dirección, uno más de tantos detalles de mi vida que desde hace tiempo me acucian sin la menor urgencia, y a los que, un día uno, otro día otro, voy dando cumplida cuenta. 
...y en esta casa, ya lo esperaba, la placa que lo recuerda...


Luis Rosales, tristemente más conocido por su vinculación con la muerte de García Lorca aquellos turbulentos días de verano de 1936 en Granada que por el gran poeta que es, el gran poeta que fue, el gran olvidado, uno más, que empieza a ser.
Habiendo en Madrid un centro cultural (exposiciones, conferencias...) con el nombre de LA CASA ENCENDIDA, sito en un emblemático edificio de principios del siglo XX , constaté que dicho nombre era conocido, sí, al menos de oídas, pero la gente con la que contacté desconocía el origen del nombre, que no es otro que el que da título al más conocido poemario de Luis Rosales.
(leo en la wikipedia que el propietario del centro cultural -Caja Madrid- tuvo que obtener en su tiempo permiso de los herederos de Luis Rosales para poder usarlo. En su honor, pues...)

Este regalo del que hablo se completaba con una ida a Cercedilla, lugar de su querencia, a las montañas de alrededor, lugar también querido y transitado por escritores, poetas, pensadores: Antonio Machado, Leopoldo Panero, Pepín Nieto, Cela, Giner de los Ríos, Aleixandre...

A lo largo de este siglo he venido con mi amigo Luis (el retrato de más abajo), con mi amiga Trini, con mi hermana Paz...disfrutando de ese mi oficio de "llevar y compartir"...


...esta vez me acompaña Javier Velasco, un compañero y guía de lujo en este caso...
Allí sigue, oteando el paisaje, bajo la mirada de los Siete Picos, abalconado sobre Cercedilla, el popularmente llamado 
MIRADOR DE LOS POETAS... 

...y en su entorno, como punta de lanza del mismo, el dedicado a Luis Rosales...    

         El buzón que hay adosado al arrimo de la roca esta vez estaba vacío: recuerdo algún librito de Luis Rosales y sobre todo unos grandes libretones dejados expresamente para que cada cual plasmara su inspiración del momento... y cómo, con paciencia, conseguía dar con lo que había escrito la vez anterior...

Si alguno de mis ajustados y abnegados lectores ha conseguido llegar hasta aquí tal vez se haya preguntado el origen personal de mi "fijación" por lo de Altamirano 34...No podría precisar el tiempo, ni cómo, solo que hace mucho, décadas, cuando conocí el poema con el que cierra el libro de La Casa Encendida, poema de contundente, filosófico, humanísimo, título que ya por sí no necesitaría más letra...SIEMPRE MAÑANA Y NUNCA MAÑANAMOS , seguro, qué importa, que tomado del primer verso del soneto de Lope de Vega (¡tanto mañana, y nunca ser mañana!)...la esperanza inevitable, siempre nueva y siempre quebradiza, la forzosa esperanza para afrontar lo que no acabará por llegar...Y, sin embargo, el poema encierra un entrañable agradecimiento a la cotidianidad, esa luz que sigue amparando...   

SIEMPRE MAÑANA Y NUNCA MAÑANAMOS

Al día siguiente,
-hoy-
al llegar a mi casa -Altamirano, 34- era de noche.
y ¿ quién te cuida?, dime; no llovía;
el cielo estaba limpio;
"Buenas noches, donde Luis" dice el sereno,
y al mirar hacia arriba,
vi iluminadas, obradoras, radiantes, estelares,
las ventanas,
-sí, todas las ventanas-
Gracias Dios, la casa está encendida. 

...pero sólo he contado la teoría...si yo os contara que tengo el último verso de esta poesía tan presente...pero sobre todo lo tenía y lo vivía cotidiano en las casas de maestro en La Gomera, sobre todo  en La Dama...
...en aquel cálido lugar del suroeste gomero, no había día que tras la puesta de sol no me pusiera el traje de correr y carretera abajo, llegar al muelle de La Rajita, quedarme tal cual, darme un rápido chapuzón, la entrada por la salida, y ya con la noche regresar por la vereda...si era noche oscura, apoyado por una pequeña linterna, si tocaba luna, bajo su palio, en silencio o en compañía del guañaguañaguaña de pardelas en su temporada...un día y otro un regalo renovado...Llegaba donde la plaza y la ermita y ya enfilaba el camino al recinto escolar, sito en el lugar llamado Puntagorda...previamente había dejado prendida una luz menor, una vela...llegaba junto al flamboyán de hermosas flores rojas en un tiempo y de cumplidas y sonoras vainas en otro, el flamboyán junto a la portentosa adelfa, y miraba hacia arriba, una balconada y tres ventanas, era la casa del maestro justo encima del templo del saber, miraba la palidez de una luz encantada por mor de una cortina verde, imaginaba, en una hipotética felicidad, que alguien me aguardaba, aunque fuera la soledad, o un recuerdo, un pálpito, un trasunto de mí o yo mismo, y entonces, en acostumbrado pero no menos sentido suspiro pensaba, musitaba a veces: Gracias a Dios, la casa está encendida...
...lo hago en muchos lugares, lo hice sin ir más lejos hace unos meses en la ventana del hotel Jan, de Cracovia: salía a dar una vuelta en la noche polaca y al regresar miraba, y allí, en el cuarto piso, me esperaba... y lo pienso muchas veces cuando veo las ventanas de cualquier sitio, obradoras, radiantes, familiares... y lo hago, miro hacia arriba, cuando voy de visita de noche a casa de familia o amigos, donde sea, o últimamente, hoy mismo, cuando me acerco a este lugar que ocupo en Almuñécar (Reina Sofía 5, licencia y trasunto de Altamirano 34), cuando salgo a tirar la poca basura que genero o cuando voy a dar un paseo de noche: en la balconada he dejado un fanal con su velita...y el errático sigue con su costumbre de pensar que no está deshabitado el lugar que le espera y de susurrar la pequeña gran oración: Gracias a Dios, la casa está encendida... y lo que me reste...

La excursión por Cercedilla se completó, cómo no, con la visita al cementerio donde reposan los restos mortales de don Luis Rosales. Allí, poco más adelante de donde un corazón de granito marca el reposo de Paquito Fernández Ochoa, se alza su tumba, justo epílogo de esta página...    




                       ¡GRACIAS!